ACERCA DE LA INTEGRIDAD DEL MONUMENTO Y DE LAS
VENTAJAS DE REUNIR LOS MÁRMOLES DE LONDRES Y ATENAS


Por el Profesor A.M. Snodgrass, Universidad de Cambridge.

(Este artículo fue publicado como Apéndice B de la presentación del Comité Británico al Comité Selecto de la Cámara de los Comunes)

Este es un argumento menos utilizado de lo que convendría debido a que todas las partes han llegado a pensar en los Mármoles como obras de arte independientes, cuya posesión se encuentra en discusión, tal como si se tratara de estatuas. De hecho, cada una de las esculturas fue, en mayor o menor grado, construida como parte del monumento. En la mayoría de los casos - en las noventa y dos metopas y las ciento once losas del friso - los Mármoles jugaron un papel importante en el soporte de los techos y cielorrasos del Partenón. Sólo las treinta y siete figuras pedimentales podrían considerarse en cierto grado como esculturas separadas, y aún éstas se encontraban firmemente sujetas al edificio.

Aún más, este edificio, como cualquier visitante de Atenas puede atestiguar, se encuentra en un considerable estado de preservación. Hasta la explosión acontecida durante la guerra Turco - Veneciana de 1687, el Partenón era, además del más hermoso, el mejor preservado de los templos griegos. Luego de éste y otros episodios de destrucción, alrededor de ciento sesenta años de incansable y continua labor por parte de las autoridades griegas desde 1830, han permitido alcanzar una restauración substancial de la belleza que la arquitectura del Partenón una vez poseyó y que, aún sin la mayor parte de su decoración escultórica, vuelve a mostrar en alto grado.

La arquitectura griega ha jugado un rol comparable con el de la escultura griega en términos de su influencia en el diseño moderno. Ciertamente, en vista que la arquitectura pública es automáticamente visible y, al menos externamente, accesible a la población como un todo, esta influencia podría considerarse como la mayor de las dos: Comenzando en fecha posterior, y sufriendo varias transformaciones, es detectable en nuestros días en una manera que difícilmente puede afirmarse con respecto a la escultura.

La actitud de Lord Elgin hacia la arquitectura fue, incluso bajo la luz de su época, de un vandalismo excepcional. Medio siglo antes que él sus predecesores británicos, Stuart y Revett, consideraron a la arquitectura griega como algo digno de profundo estudio y de afectuoso aprecio. A pesar de eso, Elgin estaba listo a sacrificar componentes arquitectónicos, sin sombra de duda, a favor de los esculturales. La separación de los bloques del friso, y especialmente las metopas, fue imposible sin separar al menos temporalmente las cornisas y otros miembros arquitectónicos, en muchos casos cuidadosamente labrados, que los cubrían. Los agentes de Elgin, desde 1801, recurrieron al uso de sierras (con las que el mismo Elgin los había provisto), aparentemente para reducir el peso de los bloques esculpidos, pero también para facilitar el acceso a los mismos. Afortunadamente, sobreviven dibujos de la esquina sudeste del edificio realizados entre 1801 y 1810: Ellos expresan, mejor que las palabras, la magnitud del daño hecho a esta parte del Partenón en la época de Elgin, principalmente al tratar de conseguir las últimas siete metopas del lado sur.

Dos de las implicaciones de esta destrucción pueden subrayarse y ser mencionadas aquí. Primero, como es bien sabido, incluso Lord Elgin fue incapaz de remover las esculturas en su totalidad. Cuarenta de la metopas en los lados norte, este y oeste (aquellas más expuestas a los vientos) se encontraban tan erosionadas que se consideró que no valía la pena el trabajo de su remoción. Notablemente, el friso en el mejor preservado lado oeste era de muy difícil acceso para ser removido con los medios a su disposición. La remoción de los anclajes arquitectónicos de estas piezas, aunque permanecieron en el edificio, incrementó grandemente su exposición a los elementos durante los dos siglos siguientes; un hecho completamente ignorado en los familiares argumentos retaliatorios utilizados por el Museo Británico y sus aliados, al condenar el destino de las esculturas en manos griegas.

La segunda implicación tiene un significado más profundo, y puede expresarse mejor como una pregunta retórica: ¿Qué otras posesiones, pertenecientes al Museo Británico o a cualquier otra colección importante, fueron extraídas de un edificio viviente el cual, luego de más de veinticuatro siglos, aún sigue en pie al menos parcialmente? La respuesta es, por supuesto, muy pocas. Su número es aún menor cuando introducimos el factor del lugar que ese edificio ocupa en la conciencia de una moderna nación-estado. Esto seguramente ofrece la clave de una solución al problema que, probablemente más que ningún otro, plantean las autoridades de museos y gubernamentales: lo que podría llamarse el temor a "abrir las esclusas". Ninguna decisión acerca de los Mármoles del Partenón ha de tener necesariamente implicaciones más que para un rango muy limitado de adquisiciones de museos, que comparten la misma historia de haber sido "compradas" al precio de la destrucción arquitectónica.

Nadie propone que las esculturas deban ser restituidas a sus lugares en el edificio, como los mismos griegos ilustraron por medio de su reciente remoción del Friso Occidental para mejor preservarlo en el Museo de la Acrópolis. Con respecto a la cuestión ética del tratamiento de la arquitectura, no se considera posible la restitución directa excepto en el caso mínimo de las pocas piezas arquitectónicas que el mismo Elgin compendió. Pero esta cuestión tiene una resolución inmediata, rara vez reconocida, en el caso ético paralelo de las esculturas.

Atenas y Londres poseen entre ambas más del noventa y ocho por ciento de las esculturas sobrevivientes del Partenón, divididas en dos mitades aproximadamente iguales. Es cierto que otros países europeos se encuentran marginalmente involucrados en la posesión de aquellos componentes del edificio que se encuentran fuera de Grecia, pero entre esas piezas, el Museo Británico posee cincuenta y cinco de las cincuenta y seis losas del friso, la totalidad de las veinte figuras del pedimento y quince de las dieciséis metopas: nuevamente, cerca del noventa y ocho por ciento del total.

La reunión de los Mármoles de Londres y Atenas tendría entonces un efecto múltiple: Primero, el estudio de su concepción original, que ha sido el enfoque principal de los estudiosos, tanto historiadores del arte como arqueólogos. Para este enfoque, factores tales como la preservación diferencial de las esculturas son irrelevantes, y sus ubicaciones dispares un obstáculo importante. Segundo, tenemos la cuestión de la unidad de la arquitectura y escultura que hemos venido remarcando. El tener a los Mármoles ubicados a la vista del edificio al que pertenecen debería devolverles aquello de lo que carecieron durante los últimos dos siglos: una percepción de su verdadero propósito, que el espectador ordinario podría apreciar instantáneamente, en lugar de tener que depender de las reconstrucciones bidimensionales de los estudiosos. Esta cuestión es de mayor importancia que la primera, y simultáneamente más duradera que aquella de la política: Es la que se encuentra en el corazón de la cultura misma.


Volver a la Página Principal